
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz».
Isabel y María notaban la presencia de Dios y se alegraban mucho por ello.
PRESENCIA y ALEGRÍA. Dos palabras llenas de sentido en la vida de María. Párate a pensar en ellas.
¿Tienen tanto sentido en la tuya?
¿Notas la presencia de Dios y de su amor en tu vida? ¿Sientes la alegría de saberte siempre amado, perdonado, acompañado...? ¿En qué (acontecimientos, personas, vivencias...) encuentras tú a Dios y sientes esa alegría?
(Dejamos un momento de silencio)
Pidamos esta mañana a María que sepamos ver a Dios en nuestra vida, en la sencillez y normalidad de lo que vivamos hoy. Y que, cuando lo veamos, nos sintamos tan felices como Isabel, su hijo Juan y María en su encuentro.
Dios te salve, María...
Sta Mª Eugenia de Jesús,
ruega por nosotros.