Guardamos silencio unos segundos, mientras vamos recuperando la calma y entrando en nuestro interior.
Nos ponemos en presencia del Señor. En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. AMÉN.
Nos ponemos en presencia del Señor. En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. AMÉN.
Algo que nos ayuda a no tener miedos es confiar plenamente en Dios, sabiendo que Él está pendiente de nosotros. ¡Pero eso no significa que nosotros no tengamos que hacer nada!
Dios se hace presente en nuestra vida de muchas formas distintas y no nos ofrece la ayuda que necesitamos de manera espectacular... normalmente es a través de gestos sencillos. Por eso tenemos que estar muy atentos a su presencia, a su ayuda... para que nos nos pase lo que narra este cuento.
Se hallaba un sacerdote sentado en
su escritorio, junto a la ventana, preparando un sermón sobre la Providencia.
De pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a continuación vio cómo la gente
corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa,
que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada. El
sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en la que él
vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero
consiguió decirse a sí mismo:- «Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la
Providencia, y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo
huir con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios
me ha de salvar». Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por
allí una barca llena de gente.- «¡Salte adentro, Padre!», le gritaron.- «No,
hijos míos», respondió el sacerdote lleno de confianza, «yo confío en que me
salve la providencia de Dios». El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua
llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animar
encarecidamente al sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse.
Entonces se encaramó a lo alto del
campanario. Y cuando el agua les llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de
policía a rescatarlo con una motora.- «Muchas gracias, agente», le dijo el
sacerdote sonriendo tranquilamente, «pero ya sabe usted que yo confío en Dios,
que nunca habrá de defraudarme». Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo,
lo primero que hizo fue quejarse ante Dios:- «¡Yo confiaba en ti!
¿Por qué no hiciste nada por
salvarme?»
«Bueno», le dijo Dios, «la verdad
es que envié tres botes, ¿no lo recuerdas?».
Traemos la vida ante el Señor (Compartimos algún pensamiento que nos haya provocado la oración, damos gracias, pedimos ayuda al Señor...)
Padre nuestro que estás en el cielo...
Sta Mª Eugenia de Jesús, ruega por nosotros.