SANTA Mª EUGENIA DE JESÚS, 10 marzo

SECUNDARIA

Hoy tienes la posibilidad de gustar de un tiempo de silencio y oración en el que acercarte a la experiencia de Dios de María Eugenia y así, de su mano, saborear tu propia experiencia de Dios. 

Vamos a pedirle a María Eugenia que abra su corazón para ayudarnos a comprender cómo se coló Dios en su vida hasta hacerle dar un giro total. 

Esta adaptación de sus pensamientos y sentimientos van a ayudarnos a conocerla más, a conocer su experiencia de Dios y quizás... a conocernos a nosotros mismos.

Vamos a leerlas como quien asiste a una confesión muy íntima, con mucho respeto. Luego, si queremos podemos comentar lo que más nos haya hecho pensar o rezar.

Sé que Tú eres Dios, aunque a veces juegas conmigo al escondite, irrumpes en mi vida rompiendo los esquemas, sacándome de mi zona de confort…  
En mi primera comunión me susurras, después de recibirte por primera vez, que amaré a esta Iglesia que no conozco, porque es la tuya… y me dejas desconcertada. 
La separación de mis padres, la muerte de mi madre… tanto dolor, ¡no los entiendo! y sin embargo hoy sé que tú estabas ahí, acompañándome, conociendo lo que iba experimentando…tú, paciente, me acompañabas, sabiendo que te amaba antes de ser yo consciente. 
Me amabas desde el seno materno pero me dabas libertad para beber la copa de la vida cómoda, superficial, que me deja vacía, hueca, insatisfecha. Bailes, éxito con los chicos… ¿Y qué, si iba como a la deriva? Como San Agustín, probé el sabor de la vida en la que Tú no eres el centro y todo me sabía insípido y… a ratos amargo. 
Pero en estos años duros de mi juventud mi vida fue como un péndulo, pasé de una vida fácil y superficial a una vida religiosa de rezos y devociones, que como bien sabes me aburría.  
Y me preguntaba, como tal vez te has preguntado tu en alguna ocasión…¿Dónde estás,  Señor?, ¿Cuál es el sentido de la vida, del dolor…? Hoy sé que, cuando mis pensamientos bullían en mí  como un mar agitado que me hacía sentir agotada, sin fuerzas, Tú intentabas decirte en ese mar, tú, que eres mar, playa, arena, olas y sol. 
Tú que, como dice San Agustín, eres un mar profundo, inabarcable y en ti Señor, vivo, me muevo, existo. Tú me acaricias, me envuelves, me hidratas, por dentro y por fuera. Tú, ese Dios que es bondad infinita, que es belleza y verdad. 
Ese Dios que me conoce, me sondea, que me envuelve por doquier…se me hace inteligible en Jesús, en Él se hace uno de tantos, para que yo, para que tú, para que cada uno podamos entender algo de su amor por nosotros, de su amor por mí, por tí.  
Señor tú qué sabes todo, que conoces mi pequeñez, mis límites, mi pecado, me haces sentir que lo que de verdad te importa es que te amo. Mi amor por ti, Señor, es pequeño y limitado, débil y cobarde, como el de Pedro (que te negó tres veces y huyó asustado) pero también, como le ocurrió a Pedro, el contacto con tu mirada me hace fuerte, capaz de llegar más lejos, más hondo… de ser más fuerte de lo que me creía. Por eso al escuchar las palabras de Lacordaire en Notre Dame, sentí muy hondo, que te quería y que mi vacío solo podía llenarse viviendo para Ti, CONTIGO.  
Y ahí Tú, Señor de la vida, de la creatividad y de la Alegría, abriste un camino Virgen para mí. Asentada en tu amor, segura de que tú conocías el mío, me lancé, inexperta a la aventura: Tú en el centro, el Reino como meta y como armas, tu Palabra, la liturgia, la fraternidad y la educación, el potente deseo de querer transformar la sociedad con los valores de tu Buena Noticia, de tu Evangelio. 
Y siguiendo con sus confidencias Mª Eugenia te dirá que experimentó vértigo y también la alegría de sentir que su vida se desplegaba, tenía un nuevo brillo, tenía sentido.

Después de comentar en voz alta nuestros pensamientos, damos gracias a Dios y a Sta. María Eugenia por algo vivido en La Asunción.

SANTA MARÍA EUGENIA DE JESÚS, RUEGA POR NOSOTROS