Adaptación del evangelio según San Juan
Jesús se retiró al monte de los Olivos. Hacía esto a menudo, sobre todo antes de experiencias importantes o cuando necesitaba estar a solas con Dios para orar.
¿Haces esto tú también? ¿Buscas momentos de sosiego y silencio en el que poder revisar tu vida y ponerla delante de Dios?
Al amanecer fue de nuevo al templo y toda la gente del pueblo acudió a verle y escucharle. Entonces un grupo de hombres influyente y poderoso que estaban deseando dejarle en evidencia y desacreditarle le plantearon un dilema. Le trajeron una mujer sorprendida en adulterio a la cual, según la ley, tenían que apedrear por ello. Hoy nos parece impensable, pero en aquel momento era algo socialmente aceptado, de hecho consideraban que eran buenos haciéndolo, pues así cumplían la voluntad de Dios, castigando a quien había obrado mal. Lo normal era que la juzgaran y la castigaran por ello.
¿Y a tí, se te presentan a veces dilemas morales en el que el juicio y la crítica rápida a otra persona es lo más fácil?
Si Jesús colaboraba, estaría cumpliendo con la imagen que la mayoría tenía de Dios, y con lo que se esperaba de un hombre bueno, justo y religioso, pero no estaría siendo fiel ni así mismo ni al Dios que él conocía en su interior, a ese a quien encontraba cuando se iba solo al monte y a quien veía como un Padre de todos, tremendamente bueno, que no nos juzga, nos perdona, nos conoce por dentro y nos ama. Y Jesús era totalmente fiel a sí mismo y a Dios Padre.
¿Y tú,cómo de fiel eres a ti mismo y a Dios?
Lo pusieron a prueba, provocándole para que él también condenara a la mujer. Sabían que no iba a hacerlo y pensaban acusarle de no cumplir la le ley por ello. Pero Jesús callaba e inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». (Jn 8,1-11)
¿Qué te hace pensar y sentir esta forma de reaccionar de Jesús?
Hablar y actuar de esta manera fue lo que le llevó a la pasión y muerte que pronto vamos a recordar, en esta Semana Santa. Y fue también lo que le llevó a la resurrección. No se achantó, no se acobardó... se enfrentó a todos con paz, serenidad y valentía. ¿Sabes por qué? Para que tú también supieras que Dios te quiere así, con todos tus defectos y debilidades. Que tal como eres es como le gustas, que no te juzga y que te ha dado la vida para que seas plenamente feliz.
Si hubieras sido tú esa mujer y te estuvieran todos juzgando por cualquier otra cosa... ¿qué crees que te habría dicho Jesús? (Permítete imaginarlo en un momento de silencio)
